“El día que Maddie Rose conoció el pasto, perdió el miedo a tocarlo y se convirtió en un acontecimiento tan importante para la familia como cuando uno conoce el mar”, recuerda María Camila Perdomo del instante en que su hija, de año y medio, pudo salir del encierro con la flexibilización del aislamiento preventivo obligatorio y, por fin, disfrutar de unas horas al aire libre en Bogotá.
Tenía 10 meses y la alegría de sus papás no era para menos, porque su vida ha transcurrido entre el encierro estricto e intermitente por la pandemia y las esporádicas y cortas salidas para ver a sus tíos y abuelos. Ella nació tres meses antes de que se anunciara la presencia del coronavirus en China, y justo cuando podían sacarla a descubrir su entorno, se decretó la cuarentena obligatoria en Colombia.
Situación similar viven millones de bebés entre 1 y 2 años de edad, en el mundo entero, a los que se les denomina ‘pandemials’ o ‘cuarentenials’ porque nacieron durante el segundo semestre del 2019 y el 2020 y se están criando en las circunstancias especiales del aislamiento; lo mismo sucede con otro tanto de niños y adolescentes que, a diferencia de los primeros, “tienen el referente del exterior y de lo que significa interactuar físicamente con sus pares y otras personas, diferentes a las de su núcleo familiar, lo cual es una ganancia en la superación de circunstancias adversas”, puntualiza el psicólogo Paulo Daniel Acero, especialista en resolución de conflictos y trauma y resiliencia.
Sin duda, esta es una época desafiante. “En el confinamiento, los bebés dejan de conocer muchas cosas del mundo exterior y justo en el tiempo en que deberían estar explorándolo y descubriéndolo –precisa la psicóloga infantil María José Turbay–. Sin embargo, no deja de ser útil lo que aprenden en casa y, más provechoso aún, que sus padres se hayan convertido en sus maestros, así no se sintieran preparados”.
La creatividad ha salido a flote, “lejos de volverse una situación estresante, aunque lo fue al comienzo, nos acercamos como familia; mi esposo ahora es un padre más presente y se ha dado cuenta del esfuerzo que la crianza conlleva. Y yo ya no procrastino, he aprendido a optimizar mi tiempo en el trabajo”, dice Ana María Puche, consultora de comunicaciones y madre de Emilia, de dos años.
Ellos aprovecharon este tiempo no solo para inventarle juegos y espacios lúdicos, como convertir el comedor en un castillo de hadas, o su cuarto, en una casa embrujada, sino también para darle hermanos. “¡Quién dijo miedo a los ‘cuarentenials’!”, remata con humor Ana María, por eso en los próximos días, a falta de uno, tendrán mellizos.